Ciencia vs Periodismo
En esta era moderna donde el avance de la ciencia aumenta cada día, donde las nuevas tecnologías obran casi milagros en distintos aspectos de nuestra vida, uno esperaría que las pseudociencias y supersticiones fueran relegadas al olvido. Pero no, no desaparecen, sino por el contrario, algunas cobran cada ves más fuerza, provocando verdaderos tropiezos para nuestra civilización.
“Hace mucho, yo bromeaba con que si un partido (político) declarase que la Tierra era plana, los titulares dirían: «Divergencia de opiniones sobre la forma del planeta»”, escribía a principios de agosto pasado, el premio nobel de economía 2008, "Paul Krugman" en el The New York Times. El mismo salía así al paso de la equidistancia periodística entre las posturas de republicanos y demócratas respecto al aumento del techo de la deuda de los Estados Unidos de América. Presentó un artículo, titulado “Escurrir el bulto con el centrismo” en la versión del diario español El País (de lectura totalmente recomendada, y para los que gusten del idioma de Shakespeare esta es la versión original), refleja lo que pasa a menudo en los medios de comunicación cuando hablan de pseudociencia. También en este caso, como dice Krugman sobre las discrepancias económicas entre los dos grandes partidos estadounidenses, “el culto al equilibrio ha desempeñado una función importante a la hora de llevarnos al borde del desastre”.
Buena parte del éxito social de la superstición y la pseudociencia se debe a la actitud de muchos de los periodistas al cubrir la información científica. Estaremos la mayoría de acuerdo en que es imposible que todos los periodistas tengan una elevada formación en cada una de las ramas de la ciencia, pero ahí no radica la esencia del problema, sino en la forma de abordar una noticia científica.
Aunque en otros campos se esquiva la imparcialidad (el periodismo deportivo es el más amarillo de los ejemplos) y la falta de precisión (por ejemplo con la economía no se juega porque los agentes implicados son poderosos), a la hora de hablar de la ciencia prácticamente vale todo señores. Si alguien asegura que es capaz de vivir de la luz, por mucho que el sentido común y el redactor especializado en salud alerten de que eso es imposible, siempre habrá un alma caritativa en alguna redacción de este país tan generosos que diga que hay que dar los "dos puntos de vista" y que el lector decida, una decisión a lo Poncio Pilatos.
Gracias a esa supuesta de ambos puntos de vista, la estupidez tendrá su cuota de atención periodística con alguna frase aislada en el reportaje que alimente la duda. Pero por favor, si es tan fácil comprobar que no se puede vivir sin comer, y somos tan burros que tenemos dudas sobre ello: basta con hacer el periodismo más básico, como poner a un redactor pegado al "ayunador fantástico" para que controle que no coma nada y ver qué pasa dentro de unos días. Pero parece que es más cómodo repetir la tontería sin más…
Muchas veces la estupidez se difunde en los medios sin un punto de vista opuesto que merezca tal nombre, sacrificando la veracidad en el altar del falso equilibrio periodístico. El intermediario (el periodista) no toma partido y apuesta por ubicarse en la mitad por decirlo de alguna manera entre, por ejemplo, los ciudadanos que creen que las ondas de telefonía provocan todo tipo de males y los científicos que sostienen que centenares de estudios han descartado tal posibilidad y que habría que demoler el edificio de la física si tal supuesto fuera cierto, o los charlatanes que dicen que pueden aliviar enfermedades mediante imposición de manos y los que niegan tal posbilidad. "Que el público decida" es la escusa de ese tipo de periodismo, producto de las carencias formativas de sus autores y de la errónea idea de que, como muchas veces en política, en ciencia todo es cuestión de opiniones.
La noticia política es, demasiado frecuentemente, una triste recopilación de declaraciones opuestas: el dirigente nacional, regional o local, dice que un proyecto "X" es imposible de realizar, luego como era de esperarse, el líder de la principal fuerza de la oposición replica que "Si se puede" (o sea, ellos podrían ). Un hecho semejante se publica en los medios, citando los puntos de vista de cada grupo, para evitar ser acusado de ser "comprado". Para qué cuernos molestarse en hacer las cuentas o recabar el juicio de expertos independientes que examinen los datos. Total si el estudio dice que el grupo "A" tiene razón, el grupo "B" nos acusará de ser vendidos.
Esa actitud, propia de un periodismo "acrítico" en realidad no aporta nada valioso al lector, pero como se llenan fácilmente páginas y minutos, constituye el modelo del equilibrio informativo sin sentido, el mismo que se aplica a la información sobre hechos o afirmaciones sorprendentes. Y se hace por pereza intelectual, por vagancia, además de por ignorancia. Un redactor que entrevista a alguien que sostiene que existe la grafoterapia (pseudociencia que supuestamente cura enfermedades, con la modificación de la letra del enfermo)debería preguntarle inmediatamente por qué, por ejemplo, en las cárceles no se enseña caligrafía a los reos para reinsertarlos. A primera vista, parece un método barato, ¿no?
Estuve leyendo hace poco un reportaje sobre morfopsicología publicado por el servicio de la BBC en español.El autor afirmaba abiertamente que la cara era el el espejo del alma, entendida ésta como la personalidad. No me sorprendió. Es algo habitual. Sin embargo, cuando los morfopsicólogos dicen que una boca pequeña implica que esa persona es ahorradora y una nariz carnosa, capacidad de afecto, demuestran el mismo rigor científico que quien afirma que todas las rubias son tontas y los gordos, bonachones.
Los periodistas que toman partido por la razón necesitan el apoyo de los científicos en forma de llamadas telefónicas a los directores, cartas y artículos de opinión en los que denuncien apoyos disparatados de los medios a la anticiencia, y a la superstición. Y, por si acaso no se los publican, que cuelguen esos textos en Internet para vergüenza de quien da la misma relevancia a la opinión de un pobre desequilibrado o de un charlatán que dice que los teléfonos celulares provocan cáncer cerebral en los niños que a la opinión de un científico.
No ha lugar a la equidistancia cuando hablamos de ciencia y pseudociencia. Los periodistas no pueden ser imparciales cuando algún "personaje" dice que puede levitar o que el VIH no es el causante del sida. Al primero, hay que animarle a asomarse a la ventana y lanzarse al vacío emulando a superman (o al super héroe de su agrado); al segundo, a inyectarse una solución con VIH, renunciar a cualquier tipo de medicamento y hablamos en unos años. Si no se animan, "que se callen".
Porque no todas las opiniones son respetables. No. Las opiniones de astrólogos, homeópatas, negacionistas del sida, quiroprácticos, sanadores espirituales, promotores de tratamientos alternativos al cáncer, contactados por extraterrestres y antivacunas, por citar sólo unos cuantos, son disparates, en algunos casos denunciables por el peligro que entrañan para nuestros conciudadanos más ingenuos. Así que digamos, NO al equilibrio periodístico en ciencia.
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