Aunque son muy pocos los organismos que podrían sobrevivir a una exposición de meses o años a las duras condiciones del espacio exterior, se toman algunas acciones para disminuir aun más esta posibilidad.
Los requisitos varían de intensidad de acuerdo al destino de una sonda espacial siendo estos más estrictos que sondas que viajen a lugares potencialmente habitables (Marte, Europa, Encélado etc)
Como si se tratase de una unidad de medida, se contabiliza la cantidad de ‘esporas bacterianas’ en todo el sistema de vuelo (la sonda en sí, la etapa de descenso, el escudo térmico, rovers etc.). Las esporas bacterianas son muchísimo más resistentes que las bacterias normales, de ahí que se consideren un estándar a la hora de certificar la esterilización de un medio.
Pero, ¿cómo se garantizan estos niveles de esterilización?
Pues mediante dos técnicas muy simples. La primera consiste en limpiar repetidamente las superficies de la nave con alcohol y otros disolventes, mientras que la segunda pasa por calentar el equipo hasta temperaturas lo suficientemente altas. Los técnicos encargados de montar la nave se encargan de esterilizar las superficies regularmente con alcohol, mientras que las piezas y equipos capaces de soportar altas temperaturas (no todos) se calientan a temperaturas que oscilan entre los 110º C y los 146º C durante largos periodos de tiempo (con un máximo de 144 horas).
La temperatura y la duración del ‘horneo’ dependerá del instrumento o parte de la nave. Por ejemplo, las 'patas' de una sonda de aterrizaje o las 'ruedas' de un rover son partes muy delicadas desde el punto de vista de la contaminación biológica.
Está claro que descontaminar una nave espacial no es un proceso trivial. Y si esto ocurre con asépticos robots de metal y plástico, no me quiero imaginar la pesadilla que supondrá certificar la seguridad biológica de una misión tripulada a Marte en el futuro.
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