jueves, 1 de febrero de 2018

El accidente del Columbia.



El primero de febrero de 2003, hace quince años, el transbordador espacial Columbia se desintegraba durante la reentrada, matando a sus siete tripulantes. Sin que nadie se diese cuenta, un trozo de la espuma aislante del tanque externo perforó el ala izquierda del Columbia 81,9 segundos después del despegue, condenando a los astronautas de la misión STS-107 a una muerte segura dos semanas más tarde.

El impacto de la espuma aislante no había pasado desapercibido. Un grupo de ingenieros descubrió el choque el día después del lanzamiento y estudiaron una y otra vez las imágenes del impacto, aunque finalmente se determinó que no había peligro alguno. Estos sucesos se habían convertido en una molesta rutina en las casi dos décadas que llevaba volando el transbordador, y eso a pesar de que el diseño original del shuttle nunca contempló este tipo de colisiones.

La NASA había intentado eliminarlos a lo largo de la historia del programa, pero sin éxito. La espuma era necesaria para mantener las bajas temperaturas del hidrógeno y oxígeno líquidos que se guardaban en el tanque externo. 
Viendo las imágenes del despegue era imposible determinar si el trozo de espuma había causado algún daño en el escudo térmico. Pero incluso si descubrian que de verdad se había producido algún destrozo importante no había nada que hacer y la tripulación estaría condenada. No había forma alguna de que el Columbia pudiese alcanzar la estación espacial internacional (ISS) desde su órbita y en cualquier caso no disponía de un sistema de acoplamiento.

Además, en esta misión el Columbia no llevaba un brazo robot capaz de inspeccionar las alas y de todas formas los astronautas carecían de herramientas para reparar el escudo térmico.

Un triste recordatorio de que, no importa lo avanzada que este la tecnología, la exploración espacial tiene un precio.

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